Dulces temblores idiomáticos
31 de diciembre de 2020, Jürg Messmer
Ay, ¡qué título! ¡Qué desafío, escribir un texto así llamado, recibido intuitivamente en un rato de esperar a mi compañera guatelinteca!
Entonces, paso a paso, y ya me parece fácil: en Xela hay volcanes, fuentes de temblores bastante frecuentes, y hay pasteles para dulcificar esta vida temblorosa. Y en realidad, sin Xelapan, Xela sería nada.
No sé, si los pasteles de Xelapan son los más ricos del mundo -incluso oía rumores que había competencia local desde unos Santos dulces en Quetzaltenango. Pero, siempre cuando hablo de tomar un cafecito, las guatemaltecas suspiran este nombre y ya se ponen en marcha hacía la próxima tienda de ellos. Y se encuentran fácilmente, en todas partes, en cada barrio, casi en cada esquina, aquí en Xela. Se llaman Calvario, Delco, Democracia, Los Trigales, y La Esperanza, Marimba, Minerva y Molina, o simplemente están cerca del Parque Central, o en la 13 Avenida. Y para no olvidarlo, el Xelapan llamado Correos, en frente del Correo real, que lamentablemente ya no existe, ¡pero hay esperanza! Está muy cerca de la escuela Celas Maya, mi escuela de idiomas, que está -igualmente lamentablemente- cerrada por culpa del virus.
Así sucedió que ayer, cuando ya estaba oscureciendo, decidimos visitar la gran tienda de Xelapan Nuevo León -en camino para la casa del hermano de mi compañera coordinadora- para conseguir unos pastelitos bien ricos, para completar una cena que íbamos a preparar en esa casa muy amable y humilde. Pues es lo más fácil traer unos de ellos para complacer los gustos de cualquier quetzalteco, sea familiar o amigo, hembra o macho. Sobre todo si esa casa está muy cerca del Volcán St. Maria, o por lo menos, se mira de allá en su plena hermosura. Por lo tanto, es imperativo tomar dulces contramedidas, tan cerca del fuego de la tierra, y en un aire fino cerca del cielo en esta altura, que no tiene mucho que contraponer a los movimientos de la tierra.
Esta cercanía del fuego y del cielo afecta también expresiones idiomáticas, sobre todo si se trata de un hombre extranjero y confuso, que está tratando de superar las exigencias de una lengua tan rica como la que se habla aquí, sobre todo porque el castellano hablado se está mezclando con idiomas indígenas que lo hacen más difícil aprender este idioma. Y como el hombre ya es bastante grande y testarudo y no quiere olvidar todo lo que ha aprendido en su vida en su tierra natal, él siempre busca posibilidades de mejorar este idioma para complacer sus propias necesidades. Pero, incluso allá en su país donde había vivido antes no se conocían verbos apropiados para expresar actividades un poquito más complejas, y mejor sincronizadas con la vida.
Por ejemplo “aprender” y “enseñar”. El chico loco siempre trata de buscar nuevas palabras y expresiones más ricas como en este caso sería el verbo “aprenseñar”. Le suena muy adecuada, por su experiencia que siempre se aprende al enseñar, y siempre se enseña al aprender. Entonces él siempre está aprendiendo-enseñando y enseñando mientras aprende. Son actividades recíprocas que muestran que la vida no solo está pasando y marchando de un pasado a un futuro, sino está ya bien sincronizada en forma misteriosa, como “trabajar” y “disfrutar”, se podrían unir en mi actividad preferida “trabafrutar”, o como aquí “temblar” y “endulzar”, que dan luz a un verbo mejor sincronizado como el “dulcemblar".
Pero, como según las informaciones de mi maestra necesitaría unos 25 años hasta que fueran aceptados estos nuevos verbos tan adecuados en el vocabulario de la Real Academia Española, tal vez el estudiante abandone tales sueños, y se enfoque de nuevo en el dulce de unos pastelitos ricos y reales que le procura esta tierra temblorosa cerca del cielo.
¡Gracias, Volcán y Xelapan!
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